Origen del Derecho
El origen del derecho, así, se remonta necesariamente a los primeros intentos por conducir las sociedades agrícolas de la humanidad antigua hacia un objetivo común, garantizándole la paz social y algún tipo de orden productivo. De esta manera, el derecho habría surgido de la mano de las primeras formas primitivas de Estado. En el momento en que se hizo indispensable delegar en ciertas autoridades (caciques, reyes, chamanes, sacerdotes) el poder, se hizo también necesario determinar cuáles serían las reglas de sucesión de dicho poder, cuáles serían sus alcances, sus formas, sus métodos. De esa manera, se fue estableciendo una costumbre, una manera de hacer las cosas, que fue fundamental para el nacimiento del derecho.
Las primeras normas y leyes se ejercieron y preservaron oralmente, y eran sólo fórmulas breves que regían el intercambio, o que solventaban posibles disputas en torno a la propiedad o la violencia. Pero a medida que la sociedad se hizo más compleja, también se complejizaron las leyes, y surgió así la necesidad de tenerlas por escrito para conservarlas, o siendo ya demasiado complicadas para memorizarlas. Los primeros textos de esta naturaleza, escritos en tablillas de arcilla y procedente de la antigüedad mesopotámica, fueron: El código de Urukgina (c. 2380 a. C.) que regía en la antigua ciudad sumeria de Uruk. El código de Ur-Nammu (c. 2050 a. C.), decretado por el rey de la ciudad-estado de Ur. El célebre código de Hammurabi (circa 1790 a. C.), dictado por el antiguo Rey babilonio, en el que se establecían las medidas a tomar como castigo ante violaciones, muertes o actitudes desleales. También en la antigua China se formularon diversos cuerpos de leyes, desde al menos el siglo V a. C. Sin embargo, la Dinastía Qin (221-206 a. C.) fue la primera en recogerlas y formularlas en un único documento, de naturaleza política, militar, económica, cultural e ideológica.
Así nació el código Qin y sirvió de sostén del derecho Qin, aplicado al Imperio chino unificado, y heredado por las dinastías posteriores, como la Han, que procedió a fusionarlo con los principios del confusianismo. A estos ejemplos podríamos sumar otros tantos provenientes del antiguo Egipto, o de los pueblos judíos antiguos (presentes aún hoy en la Biblia), o los códigos comerciales fenicios. Pero en Occidente fue el derecho romano el que realmente marcó la diferencia. Propio de la antigua República Romana, poseía la complejidad y la calidad necesarias para operar durante casi mil años consecutivos, desde sus primeros documentos como la Ley de las XII Tablas, hasta la compilación jurídica llevada a cabo por el emperador Justiniano en el siglo VI d. C. (el Corpus Iuris Civilis).
El derecho romano ya distinguía entre derecho público y derecho privado. Así regulaba los asuntos referidos al Estado y también los propios de la vida privada. Consideraba como fuentes no sólo la costumbre (consuetudine, en latín), sino también las decisiones del Senado Romano, los pronunciamientos de los magistrados romanos, los plebiscitos y también las opiniones de los jurisconsultos (las iura). Posteriormente, devenida la República en Imperio (en el 27 a. C.), se tomó también en cuenta las “constituciones imperiales”, emanadas del propio emperador.
Su importancia fue tal en Occidente y el mundo, que gran parte del sistema actual de muchas naciones proviene del derecho romano. La palabra misma “derecho” proviene del vocablo latino directus, traducible como “recto” o “directo”, en el sentido de “lo que no se desvía ni hacia un lado, ni hacia el otro”. La mayoría de los códigos legales europeos provienen del derecho romano, y así también los que, siglos después, a través del Imperialismo y el Colonialismo las potencias europeas esparcieron por el mundo entero.